El propósito era escribir sobre cómo sería morir. Para ello, mi esposa y yo nos poníamos de acuerdo para matarme. Utilizábamos unas pistolas para pegarme un tiro en la nuca. Yo comenzaría con un tiro, y me abría una herida considerable en la cabeza. Pero no me pasaba nada. Entonces mi esposa tomaba otra pistola y me disparaba en la cabeza, al lado de la otra herida. pero no me pasaba nada tampoco. Yo pensaba que el efecto sería retardado y lo dejábamos así.
Mi mamá invitaba entonces a mi esposa a la tienda, dejándome solo en la casa (que por cierto, era como la que tenía en Los Mochis, Sinaloa, cuando era peque).
Al quedarme solo, un gran frío se me prendía al cuerpo. Todas las partes de mi piel comenzaban a temblar de una forma insistente y mucho muy desesperante. Así, tomába yo una sábana y me acostaba en la cama. El frío era insoportable (y eso que a mí me gusta mucho el frío).
Ya en la cama, el temblor continuaba “in crecendo”. Nada podía detener la tembladera. Mi respiración se agitaba incontrolablemente.
De repente, una pantalla aparecía frente a mí, arriba de la cama, mostrándome una radiografía en vivo de mi torso, a colores. Esta imagen se me mostró por varios minutos. Al mismo tiempo que mi respiración se agitaba sin control, yo veía cómo mi corazón y pulmones latían y daban saltos violentos, mientras la sangre corría por mis venas en una carrera desenfrenada.
Pasaron algunos segundos y sentí cómo mi cuerpo empezaba a levantarse de la cama, quiero decir, a levitar. Mi respiración seguía en aumento, y mientras mis ojos veían la radiografía en vivo de mi torso, corazón en saltos sin control, y pulmones en un inflar y desinflar enloquecido.
Y de pronto…
En un solo momento…
En un infinitesimal lapso de tiempo…
Todo se detuvo y el silencio fue total.
Mi cuerpo se quedaba levitando, o lo que sería mi “yo” (porque en realidad ya no estaba yo en mi cuerpo). La radiografía de mi torso se congelaba, como si fuera una fotografía.
Varios fueron mis pensamientos en ese momento. Primero que nada, recuerdo que pensé… “¡¡qué gran alivio dejar de respirar!!”. Era como si respirar te diera mucha lata, es como un lastre que llevamos en la vida. Sin eso no puedes vivir. Y en el momento que dejé de hacerlo, porque ya no lo necesitaba, fue de un gran alivio.
Otra cosa que pensé, es que en el momento del gran movimientoy la violencia de la radiografía, o lo que mostraba de mi corazón y pulmones, y el cambio al gran silencio y tranquilidad que le siguió, me recordó la escena de la película Contact, donde Jodi Foster se deshace del seguro que la mantenía unida al asiento de la cabina, la cual temblaba sin control, y en un momento todo ese ruido y movimiento se convierten en silencio.
Al momento de que todo quedó en una magnífica quietud y paz, me recordé que después de la muerte no se puede regresar, y por lo tanto, el objetivo de Mónica y mío de escribir precisamente lo que sucede en el momento de la muerte, no iba a ser posible. Pero era demasiado tarde.
Nunca pensé “estoy muerto”. Simplemente me inundaba una paz tremenda. Un alivio grande se había apoderado de mí. No respiraba, pero estaba agradecido por dicha paz. Creo que hasta estaba sonriendo.
En eso estaba mi pensamiento, cuando una pregunta surgió de lo más profundo de mí. Una pregunta, que en el momento mismo de haberla pronunciado, en un solo instante, y llevando mi mirada hacia mi derecha, viendo aún la radiografía de mí torso inmovil, me hizo despertar de este sueño.
La pregunta fue…
¿Dónde está Jesucristo?